Operación Apsara (IV): Niñoooooo… ¿dónde nos has traído?

Me desperté y en el acto se me abrieron los ojos como platos. Miré el reloj y vi que no eran ni las tres de la madrugada. Habría dormido como una o dos horas. Intenté volverme a dormir, pero nada, no había manera. Tal vez los cafés de la tarde, el Red Bull del frasquito, el jet-lag, la preocupación de haber perdido la foto de carnet, o todo junto, yo qué sé, me desvelaron y no me permitieron seguir durmiendo. Tras dar mil vueltas a la cama y pasar el tiempo leeeeentamente, volví a aferrarme a la conexión Wifi de mi smpartphone a ver si aclaraba lo de los fotomatones y me iba más tranquilo. Tras buscar, buscar, buscar, buscar y las horas pasar, lo único que saqué en claro fue que había alguno en el MBK, pero no me servían porque cuando abriesen el centro comercial ya estaríamos en Suvarnabhumi, y en el mismo aeropuerto también, pero ojo, sólo en la zona de llegadas para los pasajeros cuya nacionalidad o plan de viaje les requiriese alguna foto para el visado tailandés; pero en la zona de salidas, no. Así que mis opciones eran dos: o fortuitamente me encontraba con uno, o directamente asumía el riesgo de ver qué pasaría al intentar entrar en Camboya sin la foto a sabiendas de que a otras personas no les había costado más que dos dólares americanos. Lástima que el horario de salida del vuelo no me permitiese ir a cualquier estudio a sacármelas y quedarme más tranquilo.

¿Sabéis que suele suceder al final de una noche de insomnio? Un gallifante para quien pensó que dormirse justo un rato antes de la hora en la que te tienes que levantar, porque eso es lo que me pasó. Os podréis imaginar mi careto durante el desayuno, y las pocas ganas con la que me llevé la comida a la boca. Cuando bajamos con todos los trastos dispuestos a hacer el check-out, el personal del hotel cumplió con su palabra y se hizo cargo de nuestro equipaje. En un cuartito que había frente a recepción, ataron las maletas juntas y les pusieron un número identificatorio, mientras que a nosotros nos dieron un resguardo para poderlas reclamar a nuestro regreso.

Nos fuimos cargados con nuestras mochilas hacia el BTS y le dijimos un hasta luego al que fue nuestro barrio durante dos días. Mientras estábamos en el andén esperando, me dio por echar un vistazo a lo lejos, en dirección hacia donde habíamos estado paseando la mañana anterior, y me llevé la grata sorpresa de que desde allí se divisaba perfectamente la Bank of Asia Tower, así que no dudé en hacerle una foto.

Para poder ver el robot de frente y en todo su esplendor, yo calculo que por situación desde los hoteles Sofitel Silom o Narai habrá una buena vista, siempre y cuando nada se interponga en la perspectiva, claro está 😉

Recorrimos con el BTS el camino inverso al del día en el que llegamos, Chong Nonsi – Siam con la línea Silom y Siam – Phaya Thai con la Sukhumvit. De nuevo, el transbordo lo hicimos saltando de un tren al otro limitándonos a cruzar el andén central; como ya dije es muy ingenioso, la estación Siam está compuesta de dos niveles, y en lugar de disponer la línea Sukhumvit en uno y la Silom en el otro como se suele hacer en casi todas partes, combinaron ambas en los dos para que los transbordos más típicos entre estas fuesen más rápidos. Lo dicho: si alguien quiere que se lo explique más detalladamente, yo encantado 😉

Una vez en el Rail Link, nos metimos en la estación buscando las indicaciones de la Express Line y enseñamos el billete de cartón que nos dieron para justificar la vuelta (que se tiene que completar catorce días después de la ida a más tardar). Calvin había perdido el suyo, por lo que le tocó pagar 90฿ para poder usar el tren. En un rato de nada llegamos al aeropuerto de Suvarnabhumi (aunque hubo tiempo más que suficiente para que Calvin encontrase su billete, a buenas horas…), y nos fuimos a los mostradores de la Bangkok Airways para cerrar el check-in de nuestro vuelo a Siem Reap.

Aunque Siem Reap está muy cerca de Bangkok, teníamos que salir del país y por lo tanto pasar por los farragosos controles de pasaportes donde como me siempre nos tocó un funcionario que no nos dio ni los buenos días. Pero me fijé en la cara de éste, y al menos no me pareció verle ese típico gesto de mala leche que te dice que a la mínima que hagas te deporto.

Dadas las dimensiones del aeropuerto, tardamos bastante en llegar a nuestra zona de embarque, la C, menos mal que había cintas transportadoras cada dos por tres que algo ayudaron. Al llegar allí nos entró curiosidad por la Boutique Room, una sala exclusiva para los pasajeros de Bangkok Airways y a la que pueden acceder incluso quienes viajan(viajamos) en clase turista. Lo malo es que nos dijeron que estaba en la zona A, y tampoco faltaba tanto para la salida del vuelo como para andar trotando de un lado a otro; lo bueno, en compensación, es que descubrimos un pasillo donde había un montón de comodísimos sillones abatibles y Wifi gratis donde por supuesto y sin dudarlo nos quedamos. Creo que esa zona estaba patrocinada por la Thai, pero como era de libre acceso y nadie nos preguntó con quién volábamos, allí nos quedamos hasta la hora de embarcar.

Nos llevaron en jardinera, y aunque salimos a nuestra hora, tardamos mucho en despegar porque había una enorme cola para salir. A mí todavía me impresiona recordar aquella decena o quincena de aeronaves alineadas esperando que les diesen la vez para poder despegar. El avión, de entrada, nos pareció correcto sin más (aunque la colorida decoración del fuselaje nos gustó mucho), pero una vez ocupamos nuestras butacas, nos reconfortó ver que además de cómodas, proporcionaban un generoso espacio entre la nuestra y la anterior.

La diversión la tuvimos ya en el aire, con las azafatas practicando el lanzamiento olímpico de caja de almuerzo. Me explico: resulta que en todos los vuelos de Bangkok Airways se incluye una comida, pero el nuestro era de tan sólo 45 minutos de duración; como se supone que las bandejas auxiliares tenían que estar plegadas durante el despegue y el aterrizaje, imaginaos el poco tiempo del que disponían las pobres para servirnos, ofrecer café y luego recoger. Para que todo fuese más sencillo, todo iba dentro de una caja de cartón, por lo que en el preciso instante en el que se apagaba la luz de los cinturones de seguridad, las azafatas aparecían con el carrito a toda leche dispuestas a entregarlas…. casi se podía oír el ZAS!, ZAS!, ZAS!, ZAS! de los lanzamientos hasta que terminaron (en menos de dos minutos, tiempo record) y así poder empezar a correr con las jarras de café y té en la mano al grito de Coffee?Coffee?Coffee?Coffee?Coffee? y claro, cuando les decías que Yes!  ya las tenías a las pobres en la otra punta del avión, ja, ja, ja!

Aprovecho los escasos minutos de vuelo para hablar de un modo muy breve y superficial de algo que sucedió durante la historia reciente de Camboya y que así quien no la conozca pueda entender lo que vimos y sentimos allí. Allá vamos: tras varios años de dictadura promovida por los Estados Unidos de América (país que además bombardeó la franja oriental del país por durante la Guerra de Vietnam), surgió una guerrilla de corte comunista llamada Khmer Rouge. Su resistencia al régimen provocó una guerra civil y en 1975 los jemeres rojos se hicieron con el control de Phnom Penh, y desde allí el resto del país hasta que el ejército del Vietnam les expulsó del poder a finales de la década. Con una gran violencia y cuestionables medios, expulsaron a la gente de las ciudades obligándoles a establecerse en el campo y trabajar en é hasta desfallecer. El dinero y la cultura fueron abolidos, y además una cuarta parte de la población del país, torturada y asesinada, especialmente todo aquel que fuese intelectual o aparentarse serlo. Hoy, treinta años después, el modo de vida que impera en Camboya sigue siendo una consecuencia de aquello, y casi todo el mundo vive en el campo. Además, no hay que olvidar la que posiblemente sea la más terrible herencia que dejase el régimen, las minas antipersona con las que sembraron casi todo el país y que muchas de ellas siguen sin desactivar hoy en día. Os animo a que leais información más detallada sobre lo que sucedió.

Aclarado el trasfondo histórico y social, también me gustaría hablar de tres factores que condicionaron en mayor o menor medida nuestra estancia en Camboya. Por un lado, el tema de los tuk-tuk. Aunque en Bangkok por lo general no son muy recomendables, una vez se sale de allí (aunque haya de todo y no esté bien generalizar) los tuktukeros suelen ser gente bastante honrada, y según en qué sitios, sus servicios pueden ser la más placentera forma de desplazarse y cumplir con las visitas de turno. Nosotros, no recuerdo ya cómo, cuando sólo teníamos previsto ir a Siem Reap, mucho antes del viaje nos pusimos en contacto con uno de ellos para averiguar precios, y como sus propuestas nos parecieron razonables, decidimos no calentarnos la cabeza y que fuese él quien nos llevase a las ruinas de Angkor. Cuando cambiamos de planes y le dijimos que íbamos a ir primero a Battambang, nuestro contacto se ofreció a conseguirnos un taxi para ir hasta allí, y de paso buscarnos otro tuktukero para que se encargase de nuestras visitas. Por lo visto es un personaje bastante conocido en Siem Reap, se llama Same Sa Vat y si queréis echar un vistazo a su web, os dejo el enlace.

Lo segundo que me gustaría aclarar es que, como ya se explicó en la introducción, nuestra escapada de tres noches a Battambang fue un añadido de última hora y quitando los consejos que me había dado mi amiga Livia (quien estuvo allí justo un mes antes) como los de Guillermo y Diana que fueron hace ya casi tres años, prácticamente íbamos a ciegas y sin saber con qué nos íbamos a encontrar; tan sólo, que la ciudad era la segunda capital del país, que por la zona había un par de sitios interesantes a visitar, y por último, que para volver a Siem Reap desde allí se nos aconsejaba hacerlo en barco por el lago Tonle Sap.

Por último, está el ya manido tema de las inundaciones. Porque sí, en Camboya también las hubo. Además, a diferencia del centro de Bangkok, a Siem Reap sí que llegaron y además sin contemplaciones. De nuevo mi amiga Livia me contó cómo fueron porque ella las vivió en primera persona, con el río desbordado y afectando al centro de la ciudad. Nuestro tuktukero nos aseguró que ya se habían repuesto de ellas, pero a mí me daba muy mala espina no tener apenas información, y finalmente, como acto preventivo, cancelé el agradable hotelito que teníamos confirmado en el centro y junto al río, para reservar otro en las afueras, a medio camino entre la ciudad y el aeropuerto.

¿Todo claro? Pues cuando nos quisimos dar cuenta, el avión empezó a descender, casi ni tuvimos tiempo de rellenar los impresos de inmigración ni yo de dar una muy necesitada cabezadita. VHS se horrorizó ante lo que vio por la ventanilla: otra vez hectáreas y más hectáreas anegadas por el agua. Yo le intenté tranquilizar diciéndole que era el lago Tonle Sap que estaba muy cerca, pero ella insistía en su preocupación porque dentro de las interminables zonas inundadas veía muchos árboles y casas. Yo le repliqué que igual eran arrozales, y además le señalé hacia el horizonte mostrándole el inmenso lago (que más que lago parecía mar al no divisarse su orilla opuesta) que se fusionaba con las zonas empantanadas que habíamos visto. Igual también intentaba tranquilizarme a mí mismo, no lo sé, pero esperaba que el tuktukero no me hubiese mentido.

Cuando faltaban escasos minutos para aterrizar, de repente todo apareció mucho más seco, ¡menos mal! Bueno, tengo que decir que volvimos a ver una gran concentración de agua pero era el Baray Occidental, una balsa que llevaba siglos allí (nada menos que desde los tiempos de esplendor de Angkor) y de la que ya conocíamos su existencia. Aterrizamos en un minúsculo aeropuerto con tan sólo un par de aviones aparcados y cuya terminal era un edificio de pequeñas dimensiones que simulaba la tradicional arquitectura camboyana; desde luego, nada que ver con el gigantesco caos de acero y cristal que habíamos dejado atrás en Suvarnabhumi.

Nada más entrar, nos condujeron a la sala de inmigración donde se preparaban los visados. Puede que nunca olvidemos la curiosa imagen que teníamos ante nosotros: los funcionarios encargados de los trámites, una docena (¿o acaso dos docenas?), estaban sentados uno al lado del otro, y cada vez que alguien les entregaba lo requerido (pasaporte, foto, la tasa y los formularios que se rellenan en el avión) al primer agente, este les pasaba el material a sus compañeros para que lo fueran revisando uno a uno y cada cual añadiendo lo que le correspondiese (la pegatina, el cuño, etc, etc).

Y llegó para mí la temida hora de la verdad. Tengo que decir que entre el no haber dormido apenas y el mal rollo que tenía por haber perdido la foto, estaba más tembloroso que un flan. Además tampoco me ayudaba a tranquilizarme que en la última renovación del pasaporte me hicieran tal chapuza al escanear y luego imprimir la foto que apenas se distinguen mis rasgos (sale muy oscura). Cuando me pidieron «twenty dollars, please», les dije que no llevaba foto, y me contestaron «twenty-one dollars, please». En eso que contesto «Excuse-me?», a lo que me replicaron otra vez «twenty-one dollars, please». La broma me costó un mísero dólar y la foto supongo que me la hicieron con la web-cam que tenía el último funcionario (en los mostradores de inmigración de Suvarnabhumi las tenían iguales). Y digo supongo porque tampoco es que me dijeran «estese usted quieto y mire al pajarito», no. Eso sí, hasta que no me devolvieron el pasaporte con el visado debidamente adherido no me quedé tranquilo (y cuando hube pasado por el WC, ¡ya ni os cuento!).

Nos había dicho el tuktukero que al salir a la calle nos esperarían con un cartelito del mismo modo que hacen los touroperadores. Tenía curiosidad por saber qué pondría, y casi me meo de la risa cuando veo «THE FUNKY HOUSE». Ja, ja, ja, como les di mi dirección de e-mail que empieza por thefunkyhouse, a pesar de conocer mi nombre, igual se pensaron que era una empresa o vaya uno a saber. Mis amigos se rieron bien a gusto.

El chico del cartelito era la mar de salao (como casi todos los tuktukeros que conoceríamos en Camboya) y me dijo que venía de parte de Same. Nos pidió que le acompañásemos, y nos dirigió al que iba a ser nuestro medio de transporte hasta Battambang: un Toyota Camry de un ambiguo color entre gris y marrón. Sí, ese, los que hayáis estado en Camboya lo recordaréis porque es EL COCHE. Ese que tiene todo el mundo.

El que veis en la foto va bien para que os hagáis una idea porque era exactamente igual al nuestro (sólo que íbamos en uno un poco más viejo y sucio). Nos presentaron a nuestro chófer, un hombre más mayor y menos dicharachero que el de antes, y que además apenas hablaba inglés. Cuando le dije cuál era nuestro hotel de Battambang, no pareció reconocerlo, así que tuve que mostrarle el bono para que lo viese escrito pero tras el careto de incomprensión que puso creo que fue peor el remedio que la enfermedad; casi me atrevería a decir que no era capaz de leer caracteres occidentales (lo digo sin ningún tipo de acritud, que conste). Me quedé un tanto intranquilo, ¿llegaríamos de nuestro hotel sin contratiempos?

Nos metimos en el coche no sin albergar ciertas dudas, pero aún así nos dejamos llevar. Eso sí, hay que reconocer que con todos sus achaques nos resultó bastante cómodo. Antes de que nadie me lo pregunte, quisiera aclarar que no se trataba de un taxi ni de un vehículo con licencia para el transporte de personas; es decir, era un turismo vulgar y corriente. El conductor con nosotros no hablaba, pero no se cortaba un duro en sacar el móvil cada dos por tres y hablar (en khmer por supuesto) mientras conducía. No pude evitar acordarme del penúltimo viaje de Livia, ja, ja, ja (mejor que os lo cuente ella misma xD).

Entre Siem Reap y Battambang habrá algo menos de cien kilómetros, pero entre ambas ciudades se suceden toda suerte de terrenos pantanosos alimentados por las aguas del grandísimo lago Tonle Sap y que hacen casi imposible la construcción de una carretera que atraviese la zona en línea recta; pues, en definitiva, tuvimos que tomar la nacional 6 con dirección a Poipet y la frontera con Tailandia, hasta llegar a Sisophon y allí cambiar a la nacional 5 con dirección a Phnom Penh. La broma suponía recorrer unos 170 kilómetros por unas carreteras muy básicas.

Al rato de ir en el coche, caímos en que en Camboya se conduce como en casi todo el mundo, nada de hacerlo a la inglesa como en Tailandia. Otra cosa en la que nos fijamos, era que por lo general, el límite de velocidad estaba fijado en sesenta kilómetros por hora, y nuestro conductor lo respetaba a pesar de que nos daba la sensación de ir más rápido; cuando digo que los respetaba, es porque eso marcaba el salpicadero, pero entonces llegó VHS que siempre pilla esos pequeños detalles que a los demás se nos escapan, y tras ver las reveladoras letras MPH, nos indicó que nuestro coche recorría millas a pesar de que en Camboya se haga sobre kilómetros. Con esa velocidad extra a la que íbamos, obviamente adelantábamos a todo el mundo: camiones, Toyotas Camry, autobuses, carros de bueyes, más Toyotas, bicicletas, motos, otro Toyota Camry más, tractores… y para ello, nuestro chófer, que sin despeinarse lo hacía hasta en las líneas continuas, daba dos toques de claxón para avisar de sus intenciones y quedarse con la conciencia tranquila.

He comentado los carros y tractores, ¿verdad? Se veían por todas partes. El paisaje, indudablemente rural (algo que sería una constante durante casi toda nuestra estancia en el país), se componía de interminables arrozales que estaban alimentados de las aguas del lago Tonle Sap; supusimos que eso era lo que habíamos visto desde el avión y que puso en alerta a VHS, así que alejamos definitivamente de nuestras cabezas la preocupación por las inundaciones. Cuando los cultivos lo permitían, el camino se veía salpicado de casas que aparecían una y otra vez a ambos lados de la carretera.

Por lo general, las viviendas que había junto a la carretera eran de dos pisos, y en la planta baja, que no solía tener paredes, disponían un tenderete para vender mercancía a sus vecinos o a quien pasase por la carretera: hortalizas, frutas, verduras, bebidas, papas, ropa, utensilios, tabaco…. ¡incluso teléfonos móviles! Además llamaban mucho la atención las destartaladas y descoloridas botellas de refresco de dos litros, que siempre estaban colocadas muy cerca de la calzada como si fueran un avituallamiento de la vuelta ciclista; cuando VHS se pudo fijar bien nos sacó (una vez más) de nuestro error: las botellas, lo que contenían era carburante.

¡Claro! Ya decía yo que no veía ninguna gasolinera. Por la carretera apenas había señales de tráfico, además de la mencionada limitación de no sobrepasar los 60 Km/h, tan sólo recuerdo haber visto la que en determinados momentos prohibía el uso del claxon (huelga decir que nuestro chófer se la pasaba por el arco del triunfo) o la que indicaba la presencia de bandas sonoras para invitarnos a reducir nuestra velocidad (sííííííí, ¡también nos daba igual! ¡qué más da un par de saltitos!). La gracia de esta última señal venía cuando había varios resaltos, por lo que indicaban el número de estos acompañado del signo «x» y el dibujo del mismo; visto de aquella manera, daba a entender que iba a aparecer una sucesión de ellos durante unos metros, pero no, en verdad estaban todos juntitos uno al lado del otro y al pasar por encima daba la misma sensación que al cruzarnos con las vías del ferrocarril. Y que conste que le pillamos el gustillo y todo, ¿eh?

Lo que sí se veía muy a menudo eran unos carteles con el lema Cambodia People’s Party, el nombre del partido que actualmente gobierna Camboya, y también uno muy curioso con una vela y algo escrito en khmer que por supuesto no teníamos ni jota de qué podía significar. Alguien (no voy a decir quién) supuso que igual indicaban la proximidad de un templo; claro, eso en España tendría una grandísima lógica, pero… ¿en Camboya? (vaaaale, ¡que allí se usa incienso y no velas!). ¡Por favor que nadie se tire de los pelos, que estábamos recién llegados y mal dormidos! Más adelante preguntaríamos por el cartel y nos aclararían que era el anagrama del principal partido de la oposición al gobierno. Pero que conste que ese alguien no fue nuestro conductor, porque no decía ni mu (para mí mejor porque iba a su lado y me pegué unas buenas y merecidas cabezaditas de tanto en tanto). Lo que sí se le oía a veces era un extraño sonido que hacía entre la lengua y los dientes, algo así como «tttttcccccchhhttt». Lo repetía a menudo, y resultaba bastante curioso pero no molesto.

De tanto en tanto nos cruzábamos con controles policiales. Sólo los vimos ese día, supongo que serían debidos a que la frontera con Tailandia no quedaba muy lejos. Nosotros en el primero ya nos veíamos bajando del coche, mostrando los pasaportes y entregando el equipaje para que lo revolviesen y tal vez incluso confiscasen algo (creo que hemos visto muchas películas), pero nada de eso nos hizo falta, porque no sé quién pasaba más de quién, si ellos de nosotros o nuestro chófer de ellos. En más de una ocasión nos dieron el alto, y al verle el careto, nos hicieron el gesto de seguir con nuestro camino. Igual lo conocían… o eran primos xD

Llegando a Sisophon vimos uno de los pocos carteles de localización con el que nos toparíamos, indicando las direcciones a seguir para Poipet de frente, y Battambang y Phnom Penh a la izquierda (junto a otros nombres que ni me sonaban). Luego volvería a aparecer el mismo cartel pero sólo en caracteres khmer. Hablando de Sisophon, a mí me dio una sensación muy cutre y nada encantadora. Igual es porque no me gusta el campo ni los pueblos y ciudades (o lo que fuera aquello) de corte agrícola, lo siento, es algo muy cercano a mí y a lo que nunca le he encontrado el menor de atractivo. Para mí el rollo ese de la vida bucólica campestre es un cuento de los aburridos nobles del Rococó que ya no sabían en qué despilfarrarar el dinero del pueblo. ¡Hale, ya lo he dicho, acribilladme con vuestros negativos! Con estos pensamientos, a partir de aquel momento me asaltó una duda, y me vino a la cabeza que igual nos habíamos equivocado añadiendo a nuestra ruta los días que íbamos a pasar en Battambang. Creo que no fui el único que lo pensó, aunque mis amigos tuvieron la delicadeza de esperarse a llegar y ver antes de opinar públicamente.

En la misma población, hicimos una breve parada pero no para vaciar vejigas sino para recoger unos paquetes que nos estaban esperando; por lo visto aprovechaban las idas y venidas con gente de nuestro conductor para encargarle el traslado de varias cosas que no teníamos ni idea de lo que podrían ser. Una vez tomamos la carretera de Battambang y Phnom Penh, la nacional número cinco, se acabaron los arrozales y el paisaje cambió: ahora las casas se sucedían flanqueando la carretera de un modo casi constante, y se veían muchas motos, bicis y niños yendo al (o viniendo del) colegio.

A mí esta segunda mitad del viaje se me hizo más agradable, aunque seguía sin estar del todo convencido de nuestros planes inmediatos. Ya era demasiado tarde para pensar en ello, así que sólo nos quedaba llegar, ver y vence…. digoooo, llegar y pasarlo lo mejor posible, ¡que estábamos de vacaciones, coño! Cuanto más nos acercábamos a Battambang, menos espacio había entre las casas que, como he dicho antes, desde Sisophon nos acompañaron en todo momento; llegamos a comentar que si nos hubiésemos quedado tirados en el camino no habríamos tenido ningún problema en conseguir ayuda (por lo menos gasolina no nos iba a faltar, ja, ja, ja).

Puestecillos de venta y grandes carteles publicitarios dejaban ver que estábamos acercándonos a la ciudad (os recuerdo, la segunda capital de Camboya), pero lo que nosotros desconocíamos, pobres ignorantes, era que ya hacía un buen rato que habíamos entrado en ella. Yo me di cuenta cuando empezamos a ver las famosas rotondas de Battambang cuyo centro lo ocupan unas esculturas de arte hindú y que son uno de sus elementos más fotografiados.

Precisamente frente a una de dichas estatuas, paró el coche y vinieron a recoger aquellos fardos que nos endosaron en Sisophon. El conductor nos pidió que bajásemos (más con gestos que verbalmente), y yo recuerdo que al hacerlo pisé con mis chanclas sobre un suelo cubierto de sucia arena llena de espesas manchas de grasa. Llamadme tiquismiquis, vale, pero igual me había imaginado un suelo de asfalto, adoquines de piedra, o por lo menos con acera para peatones (huelga decir que ésta brillaba por su ausencia). Estábamos en una calle que como bien leí una vez (creo que en la web de mis amigos Guillermo y Diana) parecía la de un pueblo del Oeste, y para mí sin ningún tipo de atractivo. La primera impresión es la que cuenta, dicen, pero yo no me quería dar por vencido aún. A mis amigos mientras tanto se les había comido la lengua el gato, no soltaban prenda.

En eso, se nos acercó un chico joven de aspecto muy agradable luciendo una gran sonrisa en su rostro, y con un perfecto inglés se nos presentó como Norea (pronunciado «Nuria»), el contacto de Same en Battambang y quien nos tenía que llevar al hotel en su tuk-tuk. Creo que toooooooooooooooooodos respiramos aliviados al conocer al relevo de nuestro chófer, aunque hay que decir que al señor también le dimos su propinilla tras pagarle los $40 que nos había costado la carrera (sí, tan sólo cuarenta dólares en total por llevarnos a 170 kilómetros de donde nos había recogido).

Nos metimos los cuatro en el tuk-tuk (dos detrás y dos delante) y con la ayuda de Norea que demostró estar más que acostumbrado en aquellos menesteres, nos las apañamos para que las mochilas cupiesen también sin molestarnos en demasía. Lo primero que le dije a Norea fue preguntarle si conocía nuestro hotel, y él asintió y arrancó el tuk-tuk para ir hacia allá. ¡Bien! Un problema menos.

En un par de minutos salimos otra vez a lo que erróneamente creíamos que eran las afueras y tras cruzar el río, nos metimos por una calle en la que había un par de edificios y poco más. De repente, Norea se giró para indicarnos que estábamos llegando a nuestro alojamiento, y efectivamente, vimos una valla blanca con el cartel que indicaba que aquello era el Phka Villa sobre su puerta principal.

Yo llegué a ver a través de la puerta una destartalada recepción sin pared en el lado opuesto a la valla y que daba hacia una piscina que más bien parecía una charca. Salió un hombre a recibirnos (el dueño), y como tenía que hablar con Norea para planificar nuestra estancia en Battambang, tras saludarle y presentarme como titular de la reserva, le entregué el bono y les pasé a mis amigos el testigo para que se hicieran ellos cargo del resto del check-in.

En un par de minutos teníamos la ruta montada. El día presente no haríamos nada (eran las tres y media de la tarde y nos apetecía descansar de tanto trote). Empezando por el siguiente, el primero nos llevaría al famoso y turístico tren de bambú y a unos templos ubicados al Norte de la ciudad, al otro centraríamos las visitas hacia el Sur, y por último, el tercero nos llevaría a los muelles donde embarcaríamos en el «ferry» (ya entenderéis el uso de las comillas) para ir a Siem Reap; además también me confirmó que nos llevaría a comprar  los billetes del barco. No pude evitar fijarme en el hotel que teníamos al lado, alto y con sus paredes pintadas de un hortera color rosa chicle. No comments… (si os fijáis en la foto de arriba podréis ver algo asomando sobre el Phka Villa).

Justo cuando me despedí de Norea, vino VHS para indicarme cuál era nuestra habitación. Yo, que no había visto aún casi nada, le pregunté acerca de qué tal estaba el hotel, y aunque me temía una respuesta negativa me dijo que le estaba  gustando mucho. Me guió bordeando la piscina, y entonces me di cuenta que las habitaciones eran unas casitas que se disponían alrededor de ella. Había muy pocas, si acaso unas doce, y no faltaban en ningún rincón las plantas y las flores tropicales.

La habitación no desmerecía en absoluto al entorno, muy rústica y sin grandes lujos, pero a mí me pareció muy apañada, así como su espacioso y cómodo cuarto de baño. Para alegrar la estancia, habían cortado unas flores del jardín y nos las pusieron sobre la cama y el lavabo; esta operación la repetirían todos los días 😉

Las camas tenían mosquitera independiente, lo que nos recordó que había llegado la hora de protegerse contra los mosquitos y sacamos el Relec ultrafuerte para ponernos nuestra primera dosis. Además rociamos las mosquiteras con el mismo spray que le echamos a la ropa la noche anterior. Fuimos a ver a los muchachos y ellos también estaban encantados con su habitación y el hotel, sobretodo con las dos hamacas que les habían puesto justo enfrente (porque prácticamente era salir del cuarto y meter el pie en el agua de la piscina). Como ya estábamos pasadísimos de horas, fuimos a recepción a preguntar si nos podían dar de comer.

El dueño, se hizo cargo de nuestros deseos y con un semblante que no transmitía otra cosa que no fuesen amabilidad, serenidad y (por qué no decirlo) bondad, nos dijo que por supuesto nos hacían lo que quisiéramos. Trajo unas cartas con una muy limitada selección de platos que además no es que fuesen baratísimos para lo que uno espera en Camboya, pero tampoco eran tan caros como para quejarse. ¡Ah! He olvidado decir que al llegar nos invitaron a un delicioso refresco de lima hecho por ellos mismos que nos gustó tanto que decidimos encargarlo para beber mientras comíamos a pesar de que no aparecía en la carta. Nos sentamos en las mesas que había en recepción (que ya no me parecía tan descuidada), enfocadas hacia la piscina.

Tardaron algo en servirnos; más adelante descubriríamos que era a causa de que nos lo preparaban expresamente a nosotros en una cocinita que había pasada la recepción. Nos pedimos sencillos platos típicos camboyanos, yo por ejemplo me hice con unos noodles amarillos con ternera muy ricos, y mientras comíamos pudimos conocer a los que serían nuestros vecinos por un corto espacio de tiempo. Por lo general y a simple vista era gente muy agradable, de varias nacionalidades (unos hablaban inglés, otros francés), sin nadie que hablase castellano. Quizá fue por esto último que nos relajamos y mientras comíamos soltamos un par de animaladas de esas en las que de repente te giras y piensas «¿me habrán oído esos de ahí? ¡uy! ¡menos mal que no me entienden!». La más gorda cayó mientras un chico francés de más o menos nuestra edad se tumbaba a tomar el sol y remojarse los pies muy cerca de nuestra mesa….

Hablando del chico francés, gracias a sus conversaciones con el dueño del hotel (el señor que nos estaba atendiendo todo el rato), oímos que la piscina se podía usar libremente hasta las diez de la noche. No es que estuviese prohibido bañarse después, pero se rogaba no hacerlo por respeto al descanso del resto de los huéspedes. Al oír hablar del tema, nos entraron ganas de darnos un buen baño, y eso fue lo que hicimos. ¡Qué buena estaba el agua! Calentita, calentita, calentita, y aunque no exageradamente limpia, para nosotros más que suficiente, además se agradecía no salir oliendo a cloro. No pude evitar acordarme de los calentorros baños que se daba mi amiga Silvia en su hotel de Los Ángeles hacía poco más de un año; ésta va por ti perraca 😉 

Poco tardó en ponerse el sol, y mientras nos íbamos arreglando un poco, yo me conecté al Wifi gratuito del hotel que funcionaba a las mil maravillas y le mandé un e-mail a Livia para decirle que estábamos en un hotel encantador, pero que en nuestra primera impresión, Battambang no nos había terminado de gustar. También le pedí alguna recomendación para llenar aquella tarde-noche; por suerte la pillé conectada, pero me dijo que al caer el sol casi no había nada que hacer, si acaso dar una vuelta por el mercado nocturno del sur de la ciudad.

Hablé con el resto y a todos nos pareció una buena idea dar el recomendado paseo. Hablé con el dueño del hotel que estaba en la puerta charlando con un tuktukero, y con las indicaciones que nos dieron ambos, vimos que era muy fácil llegar dando un paseíllo de unos quince o veinte minutos. El tuktukero aprovechó para ofrecerse a llevarnos, pero declinamos la oferta y nos fuimos a pie. Estaba todo oscuro como la garganta de un lobo, pero cuando llegamos al río vimos un espectáculo kitsch alumbrando la noche: discotequeras luces de colores bailaban entre las barandillas de los dos puentes que teníamos a la vista. En eso que pasó el tuk-tuk que vimos frente al hotel, y el conductor se ofreció a llevarnos gratis; mis amigos desconfiaron, pero yo no dudé, creía en la honradez de los tuktukeros camboyanos y no me equivoqué.

El mercado no era lo que nos esperábamos. Nos habíamos imaginado puestecillos entre los que matar el rato curioseando, pero realmente era una sucesión de tenderetes de comida con sillas y mesas de plástico enfrente que estaban dispuestos en una explanada junto al río. Igual era porque aún no estábamos del todo familiarizados con ellos, pero entre que no teníamos hambre (habíamos comido hacía un rato) y que de nuevo se desprendían aquellos fuertes olores mezcla de jengibre con vaya usted a saber qué que ya nos atufaron en Bangkok, la verdad es que no le vimos sentido a quedarnos allí y decidimos irnos. Lo poco que habíamos visto de la ciudad tampoco es que nos llamase mucho para un paseo nocturno, así que finalmente optamos por regresar al hotel. Por suerte, el tuktukero se había quedado por allí (supongo que esperando «cazarnos» para el regreso) y nos vino de perlas para volver; al llegar, no nos quiso decir precio y le terminamos dando dos dólares.

Las pocas luces que había encendidas en el hotel, eran muy tenues, y como hacía muy buena noche, dijimos algo de sentamos a charlar frente a la piscina, pero de repente se hizo la luz: de la nada apareció un señor mayor muy parecido al dueño del hotel (obviamente era su padre) con una linterna iluminándonos el camino hastas nuestras habitaciones. Esto lo repetiría todas las noches, a nosotros nos daba un poco de corte, porque no era algo necesario y nos daba mucha pena que se tomase aquellas molestias, así que siempre le terminábamos diciendo al buen hombre que gracias pero no gracias. Hablando del papá, dicen que de tal palo tal astilla, y su rostro nos enamoró del mismo modo en el que lo hizo el de su hijo por la dulzura que transmitía en todo momento.

Al final la piscina nos llamó otra vez y nos terminamos metiendo en las calientes aguas otra vez…. ¡¡¡qué gustirrinín daba!!! Y eso de estarnos bañando a la luz de las estrellas en medio de aquel silencioso jardín tropical, todo un lujo que posiblemente no hubiésemos podido disfrutar en otro hotel de más categoría.

El baño nos dio hambre, así que pedimos a nuestro anfitrión que nos sirviese la cena en la misma mesa que comimos. No éramos los únicos, cerquita había otros vecinos que iban a hacer lo mismo que nosotros. A mí me pusieron un arroz camboyano muy similar al típico chino a las tres delicias, pero para mi gusto más rico. La pena es que no lo pude disfrutar del todo porque me dio el bajonazo de no haber dormido apenas la noche anterior y se me cerraban los ojos continuamente. Así que tan pronto apuré el plato, me fui a la cama a pegarme una buena dormida de unas merecidas diez horas 😉

13 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Trini dice:

    He terminado de leer este capítulo. Muy ameno, de verdad!!!. La historia de Camboya me había impactado mucho allá por el año 1984-85, con una película que había visto «Los Gritos del Silencio», y ahora al leer la introducción que hicíste a tu llegada a Camboya me hizo recordarla. Bueno, ánimo para seguir escribiendo, seguiré leyéndote.!

    1. Muchas gracias Trini por tomarte la molestia de leerlo (¡a menos de una hora de haberlo publicado!) y por supuesto por dedicarle tus palabras y elogios, me anima mucho a seguir escribiendo 😉

      Yo de la historia reciente camboyana sabía poquísimo, tan sólo un pequeño resumen que leí en un monográfico sobre Laos y Camboya de la revista Lonely Planet hará cosa de dos años, pero entre que te enteras un poco más mientras te preparas el viaje, más lo que te cuentan y ves allí mismo…. ahora tengo muchísimas ganas de saber más. Me apunto la película, ¿te gustó?

      Un saludo

      1. Trini dice:

        De nada, para mí no es ninguna molestia el leer, además, se agradece bastante el que el fondo de la pantalla sea claro, con lo cual la letra la veo bastante mejor… (cosas de la edad). Que conste además que he leído las etapas anteriores, pero estaba deseando que llegaras a Camboya jajajaja…. En cuanto a la peli (Los Gritos del silencio), sí me gustó muchísimo. En su momento recuerdo que fué un «boom», una historia, casi documental, sobre todo el proceso vivido en Camboya, con la amistad de fondo entre un americano y un camboyano (cuando describías el carácter de la gente del hotel en Camboya, me acordaba del protagonista de la peli, de su carácter leal y afable). Como curiosidad te diré que el protagonista camboyano, en realidad no era actor ( y se llevó un Oscar), sino un médico de origen camboyano y residente en EEUU, que había vivido casi lo mismo que el protagonista.
        Uff!! qué rollo… Bueno, espero la siguiente etapa. Un saludo

        1. Hola Trini

          Muchísimas gracias por el comentario del fondo del blog. No veas lo que me cuesta quedarme un tema, casi siempre hay algo que no me termina de convencer, y precisamente, los primeros que descarto son los de fondo oscuro con letra clara. No sé si te pasará a ti, pero cuando leo un blog en ese formato tengo que parar al poco tiempo porque me termina haciendo daño a la vista, acabo como si hubiese estado mirando hacia el sol. Pensaba que era el único al que le pasaba….

          La peli me la apunto, me has dado una razón más para verla. ¿Y sabes qué? No me ha sorprendido nada que un camboyano «no actor» fuese capaz de ganar hasta un Oscar; el poco tiempo que estuvimos allí, fue más que suficiente para averiguar que en Camboya hay gente muy válida malgastando su talento cultivando arroz o conduciendo tuk-tuks.

          A ver si para este finde me las apaño para publicar la próxima entrada, en ella se desvela si nos gustó o no Battambang 😉

  2. Livia dice:

    Hola Funky

    Me he divertido mucho leyendo esta entrada, sobre todo con lo del cartelito de espera “TheFunkyHouse”, es para partirse de risa. También me he reido bien a tu costa con lo de la foto. Si no hay ningun problema, te la hacen con webcam, ya verias que los tramites de inmigración van rápidos. Lo de hablar por el móvil mientras se conduce un taxi parece que es lo normal en un monton de países aunque conozco casos aun mas surrealistas como el de un amigo al que en El Cairo el taxista le llevo mientras se iba comiendo un taper de macarrones, ja,ja,ja…

    Camboya como bien dices es un país mayoritariamente rural. No solo por la herencia de los Jemeres, que forzaron a muchas personas a emigrar al campo, sino por las actuales desigualdades de acceso a oportunidades laborales. Me comentaba un guía en Kampot que muy poca gente quiere ir a la Universidad. Primero por el coste económico que supone y coste indirecto para la familia de perder ingresos al tener un hijo menos que sostenga la economía familiar, trabaje en el campo etc.. Pero sobre todo porque (esto no lo sabía) para poder acceder luego a un trabajo cualificado de tu titulación académica, si no eres hijo de rico de clase alta, has de pagar a agencias privadas de colocación para conseguir un empleo una gran cantidad de dinero que pocas familias pueden asumir. Eso es una vía de inmovilización de la estructura social donde la movilidad social basada en la formación y en el estatus ocupacional prácticamente es inexistente. Pero asi están las cosas.

    Veo que te llamaron la atención las dos mismas cosas que a mi en el paisaje rural de Camboya: los puestos de botellas de refresco rellenas de gasolina que tienen en todos los chiringos de carretera para motos y tuk tuks, y los cartelitos de partidos políticos. A mi me dejó pasmada la implantación del partido popular camboyano porque vi en el campo mas carteles de este partido que señales de tráfico. El cartelito de la vela, por cierto, es de otro partido.

    Bueno, sobre la ruta, sabes que yo te había recomendado empezar por Pursat pero no te llegaban los días. Battambang es una ciudad que desde luego no engancha al visitante al llegar allí, pero lo interesante esta en alrededores. Ya veremos en proximas entradas si te gustó o no.

    1. ¡Ay la foto! A mí realmente lo que más mal rollo me daba era que en el pasaporte no se me reconozca (cualquier día escaneo el lado de la foto y te lo mando para que lo entiendas) y lo que me aterraba era que por no llevar la foto de carnet saltasen las alarmas y me diesen problemas con lo otro. Al final, «si lo sé no vengo», porque tanta preocupación para nada. Y sí, el trámite nada traumático.

      Nosotros cuando oíamos al chófer hablar por teléfono, como al principio hizo ademán de no saber dónde estaba nuestro hotel, pensábamos que lo estaba intentando localizar en plan «oyeeeeeeeeeeeees!!! que llevo a cuatro pringaos nariceslargas que no tengo ni flores de ande los tengo que dejar! mandarme a alguien a quien se los pueda endosar a la llegadaaaaaa» ja, ja, ja!

      Con respecto a lo que comentas de la educación y el mercado laboral en Camboya, me has recordado lo que nos contó nuestro tuktukero de Siem Reap. Él era el único de un montón de hermanos que había querido estudiar. ¿Y sabes lo más triste? Ir a la universidad, aprender dos idiomas extranjeros como son el inglés y el coreano (ambos radicalmente distintos del khmer) y total para qué…. ¿para pasarte el día intentando cazar turistas y llevarlos de un lado a otro en un tuk-tuk? Desde entonces veo a los tuktukeros con muchísimo más respeto del que ya tenía por ellos.

      El cartelito del Partido Popular lo vimos hasta en la sopa. Llegamos incluso a pensar que delimitaba zonas «suyas» por haberlas comprado, patrocinado o vaya usted a saber por qué. Pero el de la vela, hasta que no nos contaron de qué iba el rollo, nos supuso un gran enigma. Nos dijeron que era el del principal partido de la oposición.

      A Pursat hubiésemos ido de haber renunciado a los dos primeros días en Bangkok, pero al final no lo hicimos (eso que nos llevamos) y así quedó la cosa. Pero ten en cuenta si nada me lo impide, yo a Camboya vuelvo, y Pursat sin duda será uno de los sitios que visite.

      PD: en nada termino de redactar nuestra primera jornada de visitas en Battambang, podrás ver si nos gustó o no 😉

  3. Livia dice:

    Queria hacer un pequeño apunte sobre la pelicula «los gritos del silencio» y el actor camboyano no profesional Haing S. Ngor. No se si sabes que era medico, ginecólogo. El y su mujer fueron internados en un campo de concentracion donde el tuvo que ocultar su profesion para evitar represalias por la hostilidad de los Jemeres hacia los universitarios y profesionales liberales. No pudo ayudar a su mujer que estaba embarazada y fallecio en el parto en el campo de concentracion. El se nacionalizo estadounidense y tuvo tambien un final tragico, pues fue asesinado por tres delincuentes. Aparentemente el movi fue un robo pero existio la sospecha de que eran simpatizantes de los Jemeres Rojos y que el asesinato pudo ser un encargo como represalia por su participacion en la pelicula, aunque nunca se pudo probar.

    1. No tenía ni idea. Pero ahora me han entrado más ganas de ver la película 😉

  4. Aaaaaayyyyy, gracias por ese remembering de mi pisci de Santa Mónica! Según iba leyendo lo del agua calentorra yo también lo estaba pensando.
    Intrigada me dejas con tus impresiones… Cambiarán?? O seguirán siendo negativas?? Yo creo que a mí me gustaría… Y a ese hotel iré.

    1. ¡Cómo no te iba a mencionar si me acordaba de ti todo el tiempo! Eso sí, aquí nada de calentar el agua artificialmente, ésta estaba calentorra las veinticuatro horas del día porque el sol le daba desde que salía hasta que se ponía, y con el calorazo que seguía haciendo por la noche la temperatura no le bajaba ni un grado.

      Sobre a si mis impresiones cambiaron o no…. te falta poco por averiguarlo, tengo la próxima entrada casi lista (nos pasaron tantas cosas que me está costando un huevo y parte del otro). Eso sí, el hotel te lo recomiendo ya mismo.

  5. Pepa dice:

    Funkyyy qué nervios lo de la foto!! no me quiero ver en esas que mira que me pongo atacaita. Pasando a temas más serios la historia reciente de Camboya es espeluznante. Igual has visto ya la peli, si no es así hazlo, aunque es dura; yo la vi have años y me gustaría volver a verla. Me ha encantado la entrada y voy a la siguiente. Graciassss por escribir estos maravillosos relatos.

  6. Maria José (indi) dice:

    Hola. Entré a echar un vistazo a tu blog, y ¡¡¡mira por donde que me encuentro conque has ido a Tailanda y Camboya!!!. En 3 semanas me voy yo a Tailandia. Qué coincidencia.
    Desde el verano sin saber de ti ¡eh!, recuerda que Juan Carlos y yo tenemos pendiente una visita a casa ¡a ver si te animas y nos vemos!.
    hasta pronto.

  7. Sammy dice:

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